24.1.06

Espiando, que es gerundio

Llevo un rato observándote. La mirada fija en el monitor. Crees que porque estás cerca de la ventana no se te ve desde fuera. De cuando en cuando, con el dedo tocas la pantalla. Estás concentradísimo. De cuando en cuando, al separar el dedo de la pantalla lo llevas hasta la nariz y hurgas y hurgas. Alargas la barbilla. Giras la mano. Voy recordando mis nociones de anatomía. Falangeta, falangina, falange. Paras. Menos mal, ¡¡creía que iba a entrar el codo!!.

Lo que entró va saliendo. Nuevamente el dedo a la pantalla. Te acabas de dar cuenta que la has manchado. Ahora chupas el dedo y lo restriegas por la pantalla. Parece que ha quedado limpia. ¡¡Enhorabuena Campeón!!.

11.1.06

Rascándote el chichi

Te veo por aquí, de café en café, quejándote de que no te hacen ni pajolero caso, explicando al que te quiere oír que si tu mandaras, esto funcionaría estupendamente, rajando contra todo y contra todos, pero...cuando hablamos de lo nuestro, de lo que tenemos que saber para ganarnos el pan, entonces, amiga mía, igual que tu compañero, cambias la historia y ahora resulta que nadie te ha formado, que tenemos que entender que aunque aquí eres un fósil, de esto, precisamente de esto, no sabes.

Te comprendo, lo que tienes es alergia a la lectura y una afición desmedida a la política.

Pues nada, hija, sigue rascándote el chichi, pero añade esa rara habilidad a tu curriculum.

3.1.06

De paseo.

Me he dado un paseo por Madrid, aprovechando estos días de vacaciones que de vez en cuando me tocan. He paseado, sin rumbo fijo, mirando a la gente. No tenía ganas de hacer nada, así que nada he hecho. Al poco, me ha entrado hambre. Demasiado lejos de casa y muy, muy pocas ganas de cocinar nada. He visto un VIPS y me he dicho que "va a ser que si". Entro. Muy poca gente. El camarero, servicial, supongo que por la hora. ¿Fumador? No. Me conduce a una mesa. A un lado, una pareja ya madura, al otro, una madre, ya mayor, con su hija, algo más que madurita. Mientras me quito el abrigo, la pareja ya madura, se apresura a recoger todo lo que pueda estar a su alcance y la hija le da el bolso a su madre para que lo ponga al otro lado de la mesa. Les he mirado. Primero a unos, luego a los otros. Me he mirado al espejo y he decidido que tengo cara de facineroso y debe ser que les he dado miedo. Al poco ha llegado más gente, pero ninguno de mis vecinos ha necesitado reordenar sus pertenencias. Reconozco que eso cabrea un poco. Bueno, peor para ellos, son ellos los que tienen miedo. Continuaré leyendo.